viernes, 30 de enero de 2009



Rozando el horizonte, la luna enorme se asoma sin pudor.
Altos focos afónicos y la ancha vereda que recorre de costado al mar lustroso, crean el escenario, reluciente, sobre el que los fantasmas veloces de los autos no se imaginan como personajes. Pero sí que lo hacen esta noche, las grandes olas vivaces, esbeltísimas y no menos relucientes, pavoneándose en sus tacos de musgo altísimos, desplazándose, ofreciéndose, agresivamente vestidas de celeste, con gloriosa pintura de guerra, en las orillas de la orilla tornasolada, donde se mezcla el fuerte hedor azul de los aceites y de las algas empetroladas como un bárbaro incienso, con la rutilante niebla nacarada que acuchillan los puertos.
Todo se hace espléndido y concreto, un instante cabal generado acaso por el genio inconsciente y preciso de un sueño colectivo, suspendido en el espacio y en el tiempo, -a la vez al borde y en el centro- de esa ciudad solitaria que sigue cabeceando en su vigilia anhelante e insaciable. Casi en la frontera del fluir resplandeciente, de espaldas a las fantásticas figuras, el espectáculo sorprende a alguien que cree pasear su perro y queda en descubierto, absorto, al descubrirlo, desde las bambalinas de su realidad. No lo sabe pero algo está por ocurrir, certero, inevitable, y él está allí tan sólo para verlo. (Y para preguntarse, quizás, si otros ven lo que él)
Una luz en el cielo, se aparta rozagante volviéndose hacia las sombras de la tierra de nadie, donde no hay más que pastos calcinados de sal y sequedad, entre rezagos, detritus, desperdicios. Ella da unos pocos pasos tensos, elásticos, desde su altura, (altura que al mirón se le hace grave y densamente seductora).
Avanza sobre los escasos médanos que, agrupados, proyectan sus pequeñas sombras y reproducen el simulacro del desierto, sobre un claro irrisorio. El que la ve se imagina un contexto, un contorno: el andar de aquel astro casi arrastrándose, que en la relativa oscuridad de esa faja acuática sin dueño, entre el resplandor y el vecindario, ha perdido sus reflejos ficticios, ganando algo que a él le parece… diría, natural, sanamente animal, y que al volverse- desde lejos, al menos - también se ha vuelto ahora vagamente carnal, tibiamente cercana en su sorprendida y sorprendente intimidad. Pero ella está orgullosa de su tristeza, de su lluvia, y simplemente se sostiene sobre los codos, sin dejar de mantener erguida fieramente su cabeza, y aparenta sonreír largamente, con la magnífica dejadez del momento, permitiendo al hacerlo que la luz casi eléctrica y casi lunar se deslice como un brillante espejismo sobre una duna hendida y deliciosa, para concluir escurriendo rápidamente hacia arriba de una sola vez el canto superior de su maquillaje gris, desparramado, desemprolijado, por culpa del llanto.
Él se descubre preguntándose, extrañado y extraño, si podría importarle saber que ha sido vista ella la luna, o si lo que tal vez él únicamente ha percibido es algo del todo incomprensible o tal vez majestuosamente lejano de ella.
Él amanece en la playa preguntándose si alguien más sabe que la luna ha llorado esta noche sobre las orillas del planeta tierra. Ella, se vuelve sobre el mar, esfumándose en el horizonte.



Posted by Esto que acaba de leer, lo afirmo como que me llamo Lucila en 6:45
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